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LA NECESIDAD DE UNA UNIVERSIDAD CRISTIANA * Prof. Dr. John D. Dengerink **
Notas La tesis de que la vida es religión, que sirve como punto de partida para esta discusión, no es el resultado de un análisis empírico “objetivo” de la realidad. Es, más bien, el fruto de una profunda convicción que el pensamiento humano o la fantasía son incapaces de producir, ya que esta convicción debe ser revelada por una fuente externa al hombre. Esta tesis es nada menos que la confesión de que la totalidad de la vida mental, todos los actos, e incluso el mundo entero en el cual uno vive y se mueve, dependen completamente de un poder trascendente. En otras palabras, esto significa que ni una sola parte de la vida humana y del mundo que la rodea existe por si misma o funciona autónomamente, ni es explicable en términos de su propia existencia y origen. Porque no sólo todo fue originado por Dios, sino que también se fundamenta en Él, quien, en Cristo, se ha revelado como el Creador y el Sustentador de la totalidad del cosmos. Pablo testifica de esto cuando, en el famoso discurso en el Areópago, señala que en Él vivimos y nos movemos y somos (Hch.17:28), y también cuando, en su carta a los Colosenses, escribe que Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación (Col. 1:15-16). “Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Sólo en esta relación de pacto con Dios- relación en la que Dios permanece Dios y el hombre permanece criatura – puede la vida humana y el mundo que lo rodea ser interpretado significativamente. Que el hombre demostró poca disposición para honrar esta relación de pacto, y que en vez de contentarse con la posición que le fue dada intentó usurpar la autoridad de Dios y quiso ser como Dios (Gen. 3:5), esto precisamente vino a ser la fuente de toda posterior miseria (Gen. 3:17-19). La caída de los primeros padres fue una radical y completa caída en el pecado. Cada capacidad y toda función humanas fueron afectadas por esa caída. Por esa razón Pablo enfatiza que la creación entera gime y sufre dolores de parto hasta ahora (Rom: 8:22). En el momento que perdemos de vista esta situación nos encontramos en un dilema y, sumado a ello, formamos un cuadro distorsionado de la redención. Ya que la redención no es simplemente un sobrenatural y añadido don de gracia cerniéndose sobre nuestra vida diaria, sino que la redención es también radical y completa. La meta de la redención no es menos que la vida totalmente renovada, una humanidad completamente nueva, un nuevo cielo y una nueva tierra, la recreación de la propia creación de Dios, caída ahora por culpa del hombre. Por lo tanto la creación, en medio de su sufrimiento, vive con esperanza: “Porque aún la creación misma será librada de la esclavitud de la corrupción, para entrar a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.” (Rom. 8:21). Sabemos por las Escrituras y por nuestra propia experiencia instruida por las Escrituras que, aunque su resultado ya fue determinado en forma decisiva en la cruz cuando Cristo exclamó “consumado es”, la lucha entre el pecado y la gracia continúa. El frente de batalla es tan ancho como la vida humana. El asunto en juego es la gran antitesis que existe entre el Reino de los Cielos y el dominio de Satanás. Esta antitesis fue revelada por Dios mismo cuando dijo, “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y su descendencia; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón.” (Gn.3:15). Por tanto, no está en juego un simple antagonismo entre el bien y el mal en sí mismos, sino más bien la innegable enemistad que existe entre Cristo y sus discípulos por un lado y Satanás y sus secuaces por el otro –un asunto muy concreto. Cristo mismo ha hablado de ello en lenguaje sencillo (Mt. 10). Y por cuanto la descripción de los dos testigos en Ap. 11 hace inconfundiblemente claro que esta lucha irá creciendo en intensidad, haremos bien en rechazar cualquier ilusión de una gloriosa tranquilidad en los días por venir. Sabemos también que la línea de batalla entre los frentes puede fluctuar impredeciblemente, en especial porque la línea de demarcación constantemente cortará a través del cristianismo, el pueblo mismo de Dios. Otro factor que complica las cosas es que las posiciones del enemigo no siempre son claras. Pues Satanás frecuentemente emplea camuflaje. El hijo de perdición no ha sido aún completamente revelado. Pero sobre todo el frente el “misterio de la anarquía” ya está trabajando. Satanás busca por doquier a sus víctimas. Solo el restrictivo poder de Dios impide su total auto-revelación (1 Tes. 2). Por esta razón somos constante y repetidamente amonestados en el Nuevo Testamento, en los evangelios y en las cartas apostólicas, a ser vigilantes, sobrios y constantes en oración. Sabemos que el tiempo de la separación del trigo de la cizaña no ha llegado todavía. Algo del trigo podría ser desarraigado (Mt.13:24ss). La bondad de Dios es disfrutada todavía igualmente por el bueno y el malo (Mat.5:45). No obstante, ya aquí y ahora se espera de nosotros que dejemos en claro nuestra elección y posición. El apóstol Pablo nos amonesta, en suplica por las
misericordias de Dios, a presentar nuestros cuerpos como sacrificio
vivo, santo, agradable a Dios; a rehusarnos a ser conformados a este
mundo, antes bien a ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento,
para que comprobemos cual es la buena voluntad de Dios, agradable y
perfecta. (Rom. 12:1-2). Como Pueblo de Dios estamos llamados a anunciar
sus maravillosas obras (1 Pe. 2:9). II. EL TRABAJO CIENTIFICO COMO ACTIVIDAD RELIGIOSA Pareció útil preceder nuestra discusión con estas consideraciones generales porque, aunque ellas son de una naturaleza no científica y no son verificables empíricamente, ellas son, no obstante, de decisiva importancia para la determinación de la postura que se espera el cristiano ocupe en el terreno de lo científico y por ende, en la empresa universitaria. Uno todavía encuentra frecuentemente la concepción entre los cristianos, e incluso en círculos evangélicos definidos más estrechamente que, si bien la erudición está sujeta a ciertos límites externos por la religión y la moralidad, sin embargo, en función de su propia naturaleza interior es un asunto autónomo más o menos neutral. Incluso aquellos quienes explícitamente confrontan el problema de la fe (cristiana) y el conocimiento científico frecuentemente caen víctimas de este concepto. Ellos aceptan la premisa de que los hechos son los hechos, y que esos hechos son los mismos para los cristianos. Esto difícilmente puede ser negado. Cristianos y no cristianos viven y piensan en los términos de la misma realidad creada. Pero frecuentemente pierden de vista la noción de que el trabajo científico no consiste en proporcionar una descripción fotográfica, sino una descripción interpretativa y elucidativa de la realidad mediante un proceso de análisis y conceptuación. Y se olvidan de que en este proceso la totalidad del hombre continúa funcionando en toda su particularidad, incluyendo la toma religiosa de posición que motiva su selección de un cierto camino en su estudio científico. Con este enfoque puede que no sea correcto hablar de fe y ciencia. Esa fórmula puede dar la impresión de que estas dos son magnitudes relativamente independientes que el hombre, en este caso el cristiano, debe de algún modo integrar. Es mucho más cercano a la verdad el decir que el trabajo científico en sí mismo, debido a su carácter creacional, no es sino una actividad religiosa, y que este trabajo de fe y religión puede proceder en direcciones divergentes, ya sea hacia Dios o lejos de El. Variando entre los diferentes individuos, estas dos direcciones y movimientos están, a causa de lo irracional del pecado en las vidas de los cristianos, entretejidos en una forma extraordinaria. Es claro que cuando el cristiano acepta esta situación como su premisa, se sentirá cada vez más aislado en el campo de la ciencia, al mismo tiempo la carga espiritual puesta sobre sus hombros se vuelve más pesada en tanto desarrolla sus convicciones cristianas. Por que la labor científica y por lo tanto la universitaria representan un poder espiritual. Ya sea que estén o no conscientes de ello, eruditos y universidades son emisarios de “valores” espirituales. Esto es también verdad de aquellas universidades que proclaman ser “neutrales” o “públicas”. Esto significa que los cristianos que enseñan o estudian
en una institución denominada “neutral” ocupan una posición difícil
y vulnerable. En tal situación existe un peligro real en que ellos acomoden
su posición a modelos de pensamiento no inspirados por la religión cristiana.
Esta amenaza se irá aminorando a medida que ellos comprendan la falacia
del postulado de la neutralidad y de la ideología de la comunidad moderna.
Ellos vendrán a ser cada vez más conscientes de que ocupan en el frente
una posición frecuentemente solitaria que requiere de todas sus fuerzas
para permanecer de pie. Pero si ellos saben que solo están cumpliendo
este llamado en el poder de Dios, entonces serán capaces de hacer una
modesta, pero significativa contribución a la obra de redención, no
solo en los corazones de aquellos con quienes trabajan, sino en la totalidad
del quehacer científico. III. MOLDEANDO UNA COMUNIDAD CRISTIANA No es sorprendente que en siglos previos, los cristianos, y específicamente los estudiantes cristianos que estudiaron en universidades que ondearon la bandera de la neutralidad pero que en realidad eran dominadas por el Liberalismo, comenzaron a buscarse los unos a los otros. Ellos hicieron eso, en primer lugar, para apoyarse espiritualmente unos a otros en una situación difícil, y también frecuente y expresamente con la intención de proclamar el evangelio al mundo no creyente. Como ilustración, podemos señalar el surgimiento de la Confraternidad Inter-Varsity, de las Uniones Evangélicas y de la Confraternidad Australiana de Estudiantes Evangélicos en el mundo anglosajón. Otro ejemplo de esto es el surgimiento del Movimiento Estudiantil Reformado de los Países Bajos. Estas organizaciones surgieron de la convicción de que entrar a la universidad no debe implicar un alejamiento de la fe cristiana. Y aunque estos movimientos tuvieron un enfoque misionero, defendieron un evangelio no reduccionista. Es notable que este desarrollo entre estudiantes falló en generar su contraparte entre los profesores. La razón, muy probablemente, es que en las universidades predominantemente liberales de esos días muy pocos instructores que confesaban ser evangélicos tenían una plaza. Tal vez también se relaciona con el hecho de que los instructores (incluyendo, aparentemente a los instructores cristianos) generalmente tienen una fuerte inclinación al individualismo. Esto plantea la cuestión de si deberíamos estar satisfechos con esta situación. El cristianismo no es meramente un asunto de individuos sino principalmente de una comunidad. La fe cristiana no concierne únicamente a individuos salvados sino a una comunidad redimida: el pueblo de Dios llamado a manifestar los hechos maravillosos de Dios no sólo dentro de la comunidad de creyentes sino también en los amplios terrenos del mundo. Juntos somos llamados a llevar a cabo ese mandato. Además, este individualismo contradice la misma naturaleza del trabajo científico. Porque en el quehacer científico somos confrontados no con una “especialización” herméticamente sellada y aislada, sino mas bien con una esencialmente indisoluble coherencia de relaciones, objetos, estructuras y aspectos. La validez de esta declaración es evidente especialmente para el cristiano. El conoce la integridad y la coherencia de la creación. Por esta razón el cristiano no debe y no puede permitir una inconexa división de las ciencias en especialidades aisladas. Precisamente su creencia de la unidad y coherencia de la creación, que en Cristo espera su consumación, motiva al creyente a inquirir por las cuestiones últimas en su campo de trabajo – aun si sus intereses primarios estén en un área particular de investigación. El debe ser impulsado a dar cuenta de la amplitud así como de la profundidad, y en esa forma se comunica y coopera con investigadores de otras áreas. La misma naturaleza del trabajo científico requiere una idea de la totalidad de todo lo que existe- y esta idea no es otra cosa más que la articulación teórica de los principales motivos religiosos del pensador. La articulación de tales motivos no es asunto sólo de los teólogos o los filósofos, sino del mutuo interés de todos los académicos. Se necesitan unos a otros en este trabajo. Y esto implica, en nuestra opinión, que para el propósito de la reflexión conjunta sobre los problemas de nuestros tiempos y con el propósito de descubrir una perspectiva bíblica acerca de esos problemas, los pensadores cristianos deben buscar ayuda mutua. Frecuentemente permanecemos inconscientes del alcance con que nuestra visión en las varias disciplinas científicas ha sido obscurecida por el pecado. Pero el poder liberador de la Palabra de Dios puede hacerse manifiesto en nuestras obras llenas de perseverancia y oración. Sin embargo, una reunión incidental de vez en cuando
no es suficiente. Planes más duraderos deben ser hechos. IV. CENTROS DE INVESTIGACION REFORMACIONAL En relación con esto estamos pensando, en primer lugar, en el establecimiento de centros de investigación en países y continentes específicos. Aún si estos cuentan con un equipo de investigación modesto, pero altamente calificado que consista de tres a cinco académicos que representen a diversas facultades, estos centros pueden realizar un trabajo significativo. Las actividades que pueden realizar dichos centros incluyen, entre otras:
Estamos convencidos de que dichos centros de investigación no tienen por que ser utopías evasivas, sino que pueden ser posibilidades reales para el esfuerzo cristiano. El Cristianismo Evangélico muy frecuentemente asume una actitud defensiva en el área de la ciencia y se ha conformado con una postura apologética. Se puede hacer mucho más que eso. Debe – armado con la espada del Espíritu – contraatacar. De la respuesta que dé a la cuestión de cómo entiende el mandato en esta área depende - en gran parte- la posición que el cristianismo evangélico ocupará en el mundo del mañana. Los, ya vislumbrados, centros de investigación pueden llegar a ser un medio significativo para sembrar la semilla de la Palabra de Dios en el mundo de la Educación. Aquí nos aguarda una tarea eminentemente cristiana. Estos centros deberían también volverse gradualmente “Centros de retiro” con capacidad de acomodar académicos durante periodos ocasionales de estudio intensivo. Para ese propósito, deben estar provistos con bibliotecas adecuadas que contengan especialmente publicaciones que traten en específico con problemas de fe y conocimiento científico. Para otro tipo de material ellos deberán tener la oportunidad de recurrir a una biblioteca académica general. Especialmente por esta razón, también parece aconsejable establecer estos centros cerca de una universidad ya existente. Esto también es deseable para la promoción del más alto nivel posible de contacto directo con el mundo académico, ya que estos centros deberán permanecer en constante contacto para mantenerse al tanto de nuevos desarrollos. Sólo de esa manera les será posible implementar un plan de acción bien orientado. V. UNIVERSIDADES CRISTIANASSin embargo, permanece la cuestión de si debemos contentarnos con el establecimiento de dichos centros de investigación o si debiéramos avanzar hacia el establecimiento de universidades cristianas. Estoy consciente del hecho de que al hacer esta pregunta estoy tocando un tema en el cual no existe un acuerdo dentro de la comunidad evangélica. ¡Qué mas razón que ésta para traer el tema a discusión! En los párrafos anteriores defendimos la tesis de que las diversas disciplinas están religiosamente calificadas y que poseen una coherencia interna. Esto significa que la elección religiosa de posición tiene consecuencias no solo para una o más disciplinas específicas sino para la totalidad del quehacer científico. El punto de partida religioso une y dirige – hecho atestiguado por la existencia de las distintas escuelas de pensamiento. El mundo de la ciencia es una unidad. Este nos impulsa, por su propia naturaleza, hacia un despliegue sistemático de la realidad (creada) y al desarrollo de una concepción del todo. Esto es una normatividad obvia, una ley que no se puede ignorar excepto pagando el precio de ser un especialista raquítico o un ecléctico superficial que carece de una visión académica verdaderamente científica. Es claro que aquí la comunidad cristiana enfrenta una tarea que puede realizar significativamente solo en el marco de una universidad cristiana. Careciendo de universidades cristianas como centros de concentración para el estudio y la educación, los cristianos no podrán ejercer verdadera influencia y poder – en el sentido espiritual y bíblico de esa palabra – en el área académica. Ni podrán hacer una contribución realmente distintiva al desarrollo de las diferentes disciplinas. Y ya que el conocimiento científico continúa ganando importancia en la sociedad humana, el resultado será que la ciencia sin fundamento cristiano vendrá a ser una creciente y gran amenaza. Estamos confrontados con un problema pastoral de suma importancia que no debe ser subestimado, ya que es un problema que confronta tanto a profesores como a estudiantes. Con esto hemos apuntado también hacia los motivos más profundos que condujeron a la fundación de la Universidad Libre de Amsterdam en 1880. En el famoso discurso, Souvereiniteit in eigen kring (Soberanía de esfera), con el cual Abraham Kuyper inauguró esta institución, él planteó la unidad interna de la Ciencia y la Academia con una gran lucidez. Lo que es más, él enfatizó de una manera puntual que esta unidad solo puede hallar plena expresión cuando es elaborada y aplicada a partir de un principio básico comunalmente aceptado. Ya que sin tal principio, las formas rápidamente correrán en diversas direcciones. En esto él detectó la principal línea de división entre aquellos que desean reconocer el señorío de Cristo también en la labor científica de acuerdo con la declaración de Cristo mismo, de que toda potestad le ha sido dada a El - y de aquellos quienes, por cualquier razón, no desean reconocerlo. Al respecto Kuyper rechazó la posibilidad de una síntesis duradera. Para poder alcanzar su meta, una Universidad Cristiana debe apegarse a altos estándares. Esos estándares deben ser tanto de naturaleza ético-religiosa como científico-religiosa. Por estándares ético-religiosos queremos decir, en este tenor, que aquellos quienes se afilien a una Universidad Cristiana deben reconocer que están llamados por Dios para realizar juntos una tarea en el mundo de la investigación científica, el estudio y la educación; y que deben realizar su tarea en comunión, ministrándose los unos a los otros, a la comunidad cristiana entera, y al mundo. En el ejercicio de ese ministerio activo y comunal, se debe hacer evidente también qué significa ser discípulos de Cristo. Por estándares científico–religiosos queremos decir que en una Universidad Cristiana no debemos estar satisfechos con una estructura devocional, en forma de cultos de adoración, círculos bíblicos, etc. - independientemente de lo necesarios que estos puedan ser. El punto central de una universidad cristiana es, la renovación interna del quehacer teórico en sí mismo, mediante el poder de la Palabra de Dios, a través de lo que las Sagradas Escrituras nos enseñan acerca de la lucha continua entre la luz y las tinieblas, la gracia y el pecado, la civitas dei y la civitas terrena. Conducidos por estas verdades bíblicas fundamentales, se debe hacer una contribución científica al conocimiento de los hechos, las relaciones, y las estructuras que nos confrontan en el mundo que nos rodea como creación de Dios, y al conocimiento de las leyes que aplican estas relaciones y estructuras. Todo esto para la mayor gloria de Dios. Esto no es un reto pequeño. No obstante, no podemos apuntar hacia algo menos que esto. Y debemos recordar que seremos capaces de llevar a cabo de forma fructífera una tarea de tales proporciones, sólo cuando comprendamos que ciertamente Dios nos ha llamado. De lo contrario no podríamos incluso ni siquiera comenzar, o si en todo caso lo intentáramos, nuestro trabajo sería pronto erosionado bajo el proceso de la secularización. Necesitamos recordar a instituciones como Harvard, Yale, Princeton, Leyden, y Ginebra, las cuales comenzaron siendo instituciones reformadas pero que después se apartaron de la religión cristiana. Ellas sirven como señales de advertencia para aquellas instituciones en el mundo que aún pueden ser caracterizadas como cristianas. El camino por el que debe transitar una Universidad Cristiana no es fácil y sin peligros. Es posible, por ejemplo, que una Universidad Cristiana se convierta en una "fortaleza cristiana". Esta no se debe tornar en una institución que intente evitar todo tipo de influencia no Cristiana, y tras la cual uno se ocupe constantemente en cultivar una forma de vida cerrada y sectaria - en lugar de ser una institución en la cual se intente, en obediencia a la Palabra de Dios, estar académicamente comprometido en el entrenamiento de jóvenes académicos para la tarea que les aguarda en el mundo. Una Universidad Cristiana nunca debe volverse un fin en sí misma. La Universidad, por el contrario, debe darse a sí misma en servicio al mundo – así como a aquellas instituciones que aún siguen mirando a la ciencia y a la filosofía mayormente como un asunto autónomo. De esta manera, uno de los servicios más significativos prestados por una Universidad Cristiana a las así llamadas universidades neutrales o estatales será producir hombres de principios, completamente preparados y altamente calificados, con plena conciencia de los problemas del mundo contemporáneo, quienes serán eminentemente elegibles para ocupar posiciones en esas instituciones. Es importante, también, con respecto a esto, que quienes estén afiliados a una Universidad Cristiana participen constantemente en la discusión científica en el más amplio contexto del mundo académico. Todo aislamiento falso e innecesario debe ser evitado. Dicho aislamiento solo descuida la dinámica real de la Palabra de Dios, porque dicha Palabra nos impulsa a llevar a cabo nuestra tarea en el mundo. Otro peligro es que una Universidad Cristiana se vuelva tan susceptible a la influencia del mundo circundante que, como ha sucedido, comience a dejarse llevar por las corrientes contemporáneas, que fracase en ser suficientemente crítica de las fuerzas que la enfrentan, y como resultado, comience gradualmente a perder su distintiva. La necesidad del reconocimiento de instituciones que profesan no tener una base particular frecuentemente tiene, conciente o inconscientemente, una parte significativa en ese proceso. El deseo de reconocimiento es en sí mismo completamente legítimo. Este debe ser expresado en un alto nivel académico.*** Pero en una Universidad Cristiana éste nunca debe ser cumplido a expensas del mandato evangélico que debe llevar a cabo en el mundo. Tan pronto como esto sucede, las exigencias de la ciencia comienzan a competir con las demandas de los principios, y entonces el tiempo del exilio y del cautiverio espiritual de la universidad cristiana se vuelve cercano. Una Universidad Cristiana, si ha de hacer justicia a su nombre, debe manifestar claramente, tanto a sus estudiantes como al mundo exterior, que está en el mundo pero que no es del mundo. Esto es cierto tanto para su educación como para la totalidad de su funcionamiento. La admonición de Pablo en su carta a los Efesios “¡Ustedes no han aprendido así de Cristo!” se refiere a este trabajo también. La Educación Cristiana es el intento de poner el pensamiento científico, ejercido en comunidad, bajo el yugo liberador de Cristo y su Palabra, de manera que en esta tarea, también pueda ser dado un testimonio de Su señorío y de Su gracia redentora. No obstante quebrantada, no obstante imperfecta, tal Universidad puede funcionar como una señal más de la fidelidad de Dios para con el mundo creado por El. Esto puede ser un medio para remediar la esquizofrenia espiritual que muchos cristianos manifiestan respecto a la ciencia. Desde este punto de vista el fundamento y desarrollo de una Universidad Cristiana no es una tarea sencilla – sino completamente una tarea de fe. Antes de comenzar, el costo debe ser calculado en todos los aspectos. El punto central es hallar cristianos dedicados, listos para darse a este trabajo y listos para alcanzar ese estándar. El personal no debe estar dividido con respecto a la base y la meta. Tan pronto como esto sucede, la universidad comienza a perder su fuerza y dinámica. Debe haber una estrategia clara. La experiencia nos puede enseñar que a veces es necesario cambiar de estrategia, pero ese cambio le concierne a la universidad como una comunidad, la tarea es de todos. Nuevamente, el trabajo científico no es asunto de meros individuos sino de dedicación mutua y conjunta hacia un propósito definido. Si esto es verdad para cualquier universidad, ¡cuánto más lo es para una Universidad Cristiana! Estamos conscientes del hecho de que las posibilidades para el establecimiento de la más modesta universidad cristiana dependen, en gran medida, del potencial de los creyentes para cuyos países o continentes se esté planeando. Pero eso no es en sí mismo un factor decisivo. Mucho depende también de la actitud que tomen los cristianos evangélicos con respecto de la cultura contemporánea, de su opinión acerca del papel ocupado por la ciencia en la cultura, y de su entendimiento de la tarea que les espera en esa cultura. Ya que esa actitud determina la dirección de nuestro trabajo y oración en este mundo. Vivimos en una época cuando también en el así llamado occidente cristiano los procesos de secularización se propagan de una manera alarmante y penetrante, a veces incluso dentro del corazón de la iglesia cristiana. La ciencia juega un papel importante en este proceso. Esta contiene un desafío que requiere una respuesta de aquellos cristianos que desean vivir de acuerdo a la Palabra de Dios. ¡Perkulum in mora! ¡Hay peligro en demorarse! Porque el asunto en juego no es sólo el desarrollo de la filosofía y la ciencia como tales, sino también el bienestar espiritual de los hombres y mujeres que están involucrados en ellas. Es muy probable que cada comienzo será modesto. Así lo fue cada vez que fueron fundadas Universidades Cristianas en el pasado. La Universidad Libre de Amsterdam, - en 1880 – es un ejemplo de un inicio pequeño. Las Universidades Cristianas establecidas en Indonesia, después de la segunda guerra mundial son otro ejemplo. Pero a pesar de circunstancias extremadamente difíciles, estas universidades también, siguen adelante con la convicción de que se espera de ellas que sigan avanzando, no sólo por amor de la comunidad cristiana sino por amor a toda la población a quienes desean servir. Se podrían citar más ejemplos, no sólo en Asia, sino también en África y otros continentes. El cristianismo evangélico debe reflexionar profundamente acerca de este tema. Este artículo intenta ser un estímulo y una contribución a esa reflexión y a la acción que pueda surgir de ella. Ya que hay una tarea aquí, ciertamente un llamado, que no podemos evitar a causa de Cristo, a quien le ha sido dado todo poder y autoridad, no sólo en el cielo sino también en la tierra. * La versión inglesa en forma editada de este artículo, fue tomada del International Reformed Bulletin (Nota del editor en español) ** El Profesor y Doctor John Dengerik impartió conferencias sobre Filosofía Cristiana en la Universidad Libre de Amsterdam. (Nota del editor en inglés) ***
Al hablar de un alto nivel académico se refiere a un alto nivel de principios
y logros académicos (N. del T.). Título original: THE NEED FOR A CHRISTIAN
UNIVERSITY |